MEMORIA
Fernando Vásquez González.[1]
“Aprender a no olvidar”, a no olvidar las
huellas que por sobre el cuerpo, personal y social, marcan el relato de los
hechos sucedidos. Estos no se encuentran aislados, son una trama envolvente
sobre el conjunto humano; unos lo recuerdan otros lo olvidan, el resto lo niega
o desconoce. El olvido y la conmemoración son una lucha y un juego constante y
de ambivalente movimiento pendular.
¿Cómo conmemorar sin convertir en olvido?
Lograr no perder el contenido socio-cultural elaborado que haga partícipe de él
al mayor número de personas.
¿Cómo hacer que la placa, monolito, o
calle no se pierdan? Que los nombres ahí puestos signifiquen algo para las
personas y la comunidad, y no sean nombres sin pasado ni historia. La memoria
se convertiría en un constante recordatorio social que, tal vez, como el mito
requiera de su periódica ritualidad y, a la par, integrar todas sus
derivaciones.
Marcar la huella-memoria en la ciudad y
campo. No olvidar los lugares que tengan injerencia en nuestra memoria de las
últimas décadas. Organizar un recordatorio permanente, con símbolos o siluetas,
o un nombre con su pasado. Crear la constante y permanente interrogatorio
personal, social, que lleve a pensar y
recordar, a conmemorar y no olvidar.
No solo realizar un trabajo con las
personas vivas (sobrevivientes, familias), sino, además, en la literatura de la
época estudiada; revisión de diarios, revistas, discursos, fotografías. Ver el
objeto personal no con el fin de museificarlo en una pieza aislada del contexto
que le dio significado.
Dar cuenta de los ocultamientos, de las
asimilaciones, de los abandonos, de las destrucciones, a los que se encuentran
sometidos tantos lugares importantes para el ejercicio de la memoria. Esos
lugares son las marcas territoriales gatilladoras del reconocimiento de otras
marcas, esta vez en el pensamiento.
¿Qué pasó con las heridas abiertas dentro
de la familia o de la comunidad? Heridas abiertas o negadas para insertarse en
el grupo. ¿Dónde queda el ejercicio de la memoria: ocultar o conmemorar?
Si la comunidad olvida tras un “bien
común”, donde queda o qué sucede con las personas o lugares. ¿Es posible la
existencia de una convivencia pacífica cuando el hecho, y la memoria dejan de
existir, por lo menos a nivel de discurso oficial? Cual es el papel de la
comisiones y de verdades históricas homogenizantes.
Esto es algo que observamos con el manejo
del tema de la violencia política y el terrorismo de estado, por parte de los
gobiernos y clase política chilena desde el retorno a la democracia”; entre
otros: desapariciones forzadas de personas, torturas, allanamientos, golpizas, asesinatos
selectivos y masivos cometidos durante la dictadura.
Como se funda una “verdad oficial
homogenizante” sobre el pasado reciente, y del cual aun quedan testigos por
millones, pero que no poseen la capacidad de representación porque no tienen
como ejercer el poder en todas sus aristas. El papel de estado en concentrar
este las denuncias: terrorismo de estado, agentes del estado, estado represor,
estado policial y estado puntivo; entonces, ¿Qué hacer con el silencio del
Estado?
De aquí la acción estatal: el estado no
recuerda y no conmemora, solo olvida. Le arranca el contenido al recuerdo, lo
aísla de su contexto y solo revisa los hechos importantes que no tienen rostro
ni nombre popular.
Al estado le conviene una parte de la
memoria, esa que construye una historia impersonal, de grandes sucesos, de
grandes hombres y grandes batallas, pero ¿con qué visión? Como narrar esa
historia y como va a ser escuchada por las generaciones venideras o por las
personas en la actualidad.
El olvido tiene una relación fuerte, y
hermanable, con el miedo; el terror, y el horror, cuando cubren la trama social
y cultural de una comunidad, hacen que comportarse “adecuadamente y
políticamente correcto” sea norma, y esto es no cuestionar la situación
presente ni preguntar por el pasado. En este sentido la memoria podría ser el
instrumento que permita desvelar al miedo, al terror y al horror, de este modo podría
comenzar el reconocimiento cara a cara, con dignidad, de cada uno de nosotros.
La memoria tiene mucho de colectivo y de
personal, la persona integra un mundo por lo que cada una de sus acciones lo
integran al resto. La memoria es un recuerdo colectivo y personal que no es
elaborado por la historiografía tradicional, sino con otros discursos y
conceptos que personalicen los actos y sus significados.
Discursos y conceptos dando cuenta de la
manipulación ideológica de la memoria traumática reciente y de la lucha social
anterior a ella. El olvido es una represión de largo alcance cuyo objeto es el
silenciamiento del pensamiento y de las alocuciones sociales de las personas.
La memoria no es un privilegio de un
sector de la población, es de todos. Si hablamos de una memoria traumática de
las víctimas que pasa con la de los victimarios, sus símbolos y sus lugares.
Con memoria podemos ver y darnos cuenta
de las fallas y temblores presentados por el conjunto de la comunidad; el
olvido nos lleva a la ceguera, a no saber leer ni escribir el malestar
público-social. El olvido lleva constantemente a la derrota. La memoria, su
conmemoración y recuerdo, no sé si sea una salvación, puede que sigamos
derrotados pero será con dignidad y no humillante.
Considero que más que recordar hay que
aprender a no olvidar, como escribí al inicio de estas líneas. Todos podemos
recordar y, a la vez, todos podemos olvidar, y olvidamos más fácilmente que
recordamos. Así la memoria es el no-olvido que es más que un recuerdo común, porque
este último es solo personal, en la memoria se une el recuerdo
colectivo-social.
¿Cuál es el papel del testigo en la
recuperación de la memoria? Quienes son los testigos: ¿la persona o la
comunidad? O son los muertos y los lugares olvidados y en ruina. Que se debe
atestiguar: el hecho o la acción de la acción de la amnesia, tomando la base de
un discurso que no tiene una figura fija. Tal vez el testigo sea el silencio;
esto sería “lo mejor” para conservar el status quo de la elite: el discurso que
no es conflictivo.
Habría que ver cuales son los símbolos
compartidos en aquellos empeñados en la recuperación de la memoria: ver los
elementos formadores de una identidad común, y que sean fácilmente ubicables y
diferenciadoras.
¿Hay sufrimiento al recordar? Al
responder afirmativamente ¿para qué y por qué hacer memoria? ¿Qué recordamos?
La memoria es selectiva. Es la memoria traumática del pasado reciente la que
pesa sobre la población, donde el silencio, el miedo, el terror, el horror, y
la inserción hace que el recuerdo de la memoria sea una sucesión de imágenes,
la mayoría no gratas por el dolor que causan. Si sacamos el sufrimiento el
ejercicio se volvería no conflictivo, sin contenido, alimentando el mito de la
tolerancia y armonía social donde todos vivimos en paz y felicidad en una “gran
casa patronal llamada Chile”.
Si podemos marcar las huellas de la
memoria en un territorio determinado, entonces podemos crear una cartografía de
la memoria con sus rutas e hitos. ¿cómo enseñsar esa cartografía a la
comunidad? Lo podemos convertir en: currículo escolar, ruta turística, ritual
colectivo de conmemoración, en libro, cd, cinta de video, elementos que quedan
abandonados sobre los anaqueles de la biblioteca.
Las señales, junto a su cartografía,
deberían ser algo vivo de forma permanente en su contexto, y no un objeto que
se desempolva los días señalados en el calendario. Ahí se puede reconocer su
carácter actual, y lo que fue en el pasado de estas marcas y reconocer las
huellas en el espacio.
[1] Antropólogo, investigador independiente. Email: condeus@gmail.com. Artículo escrito el año
2004.
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