lunes, 22 de octubre de 2012

memoria, texto 2


MEMORIA 2

Fernando Vásquez González.[1]

Muchos de los sucesos, que el ejercicio del rescate de la memoria trata, están ligados a acontecimientos violentos. La violencia con la cual se ha reprimido muchos de los movimientos y acciones reivindicativas de grupos subalternos.

Movimientos que buscan soluciones y caminos opuestos a los del poder dominante, buscan saber cuales son sus demandas frente a la homogenización e imposición de la voluntad de la elite. Generan fisuras en la forma de cómo se construye el discurso del orden dentro del imaginario de una sociedad no conflictiva.

Para sellar estas grietas actúa la fuerza, para quien la muerte no es ajena. La agresión se ensaña con los cuerpos, el silencio en los libros de historia y en otros medios de comunicación, cubriendo a la sociedad; y, la cultura autoritaria, de quejarse en privado, de no hablar, y que lo mejor es olvidar se instaura: ya no hay recuerdo ni memoria.

Los caídos, y más afectados en general, son los “chivos expiatorios” que la sociedad, la elite, requiere para mantener el orden, cargando sobre ellos los males del desorden y del conflicto. Eliminados es de suponer que la calma regresa, recordar sería volver al desorden que la represión y el olvido habían acabado.

La fuerza de la acción, junto a la posterior imposición de medidas represivas y coercitivas sobre la población  silenciaron los gritos del trauma; sin embargo, el murmullo persiste siendo capaz de articularse para salir a la luz por las rajaduras del discurso. Pero una cosa es el rescate de la memoria y aprender a no olvidar, otra cosa es el olvido, y existe el recordar mal motivado por intereses políticos.

Si las muertes fueron las víctimas propiciatorias, cuya sangre fue el néctar de la amnesia, y sus cuerpos sirvieron de cimientos para la acumulación de capital necesaria para el desarrollo económico dentro de los márgenes del capitalismo neoliberal; también fueron los cimientos de la refundación institucional que realizó la dictadura militar que lleva cuatro décadas de dominación.

Las víctimas dan inicio al relato de la extirpación del mal, un mal representado en organizaciones sociales, grupos políticos de izquierda, dirigentes y en cualquier persona que fuera considerada sospechosa. Muertos ellos, ¿cómo se organizan los distintos sectores? Y ¿qué pasa con la participación de la ciudadanía? Esta última desestructurada de toda orgánica; la participación; la participación ocasiona la muerte, la desaparición, la golpiza, el allanamiento, la prisión y la tortura.

Con ellos se marchó el lado revolucionario y transformador de los partidos y agrupaciones afectadas, ahora estos grupos se han mimetizado con discurso antaño rechazado. Y con ellos aparece la “mala memoria”, la que recuerda mal, la que suaviza los hechos y el discurso del pasado, la que olvida los postulados originales que motivaron su lucha y que fueron la inspiración de su creación.

El olvido, con la venia de estos partidos, para quienes la recuperación de la memoria los enfrenta con la traición a sus militantes muertos/víctimas de la represión, con la traición a sus principios fundadores de los que, aun, creen en ellos.

Pareciera que todo debe quedarse como está, que las transformaciones sociales son impracticables por la violencia generada cuando quieren aplicarse. Entonces la amnesia aparece, el pasado queda en las brumas de una era mítica donde se actuaba con “errores”, y para superarlos hubo muertes, torturas, un sinfín de cosas más, naciendo de ese momento de violencia el desarrollo esperado, así terminó por convertir a todos al credo del neoliberalismo.


[1] Antropólogo, investigador independiente. Email: condeus@gmail.com. Artículo escrito el año 2005.

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